Todo empezó con la búsqueda de un mundo perfecto. Ese era su slogan ¿no? Se unieron bajo él y marcharon por las calles, por las avenidas, los pasajes, las plazas, ese día estaban en todo, en todos y en todos lados. Marcharon. Yo estaba con mi mamá. Los vi.
Lloré, con siete años, al ver la plaza y la casa de gobierno llena de tanques y uniformes verdes, perros, patadas, golpes de culatas, “mamá”, “mamá, ¿qué pasa?, ¿quiénes son?, ¿por qué están haciendo eso?, ¿por qué no los para la policía?, ¿por qué no los para nadie, mamá?“. Ella no contestó. No pudo. Simplemente se desplomó, con el espíritu quebrado al ver que todo en cuanto había creído se desmoronaba ante la mirada expectante del pueblo, que pedía orden como lo había venido pidiendo, desde hacía tanto tiempo, desde siempre. Los vi pasar con un tanque por encima de la estatua de nuestro educador inmortal hasta hacerla añicos y sobre eso plantar un mástil con una enorme bandera roja y blanca, con dos puños cruzados en color negro. Los vi sacar a la presidente a rastras, obligarla a punta de fusil a ponerse un traje a rayas en plena avenida, a la vista de todos, y meterla en un patrullero. Ahí estaba la policía. Ellos eran la policía. Ellos eran todo. Y la gente aplaudía.
“Por fin llegó el orden” decían. Un mundo perfecto ¿no? Que concepto tan ridículo. Es, para empezar, y por llamarlo de algún modo, asquerosamente falaz ¿se podrá utilizar el adverbio “asquerosamente” para modificar el adjetivo “falaz”? No lo se. El concepto de un mundo perfecto es, retomando, en tono conciliador y en el mejor de los casos, si bien no asquerosamente falaz, tan asqueroso como falaz, que no es lo mismo, ya que no estaría usando una palabra para modificar otra, sino utilizando las dos en contextos diferentes. Nunca está de más jugar un poco con las palabras, preguntarse cómo utilizarlas, cuándo y qué significan.
Quizás si ustedes hubieran hecho eso, no habría pasado lo que pasó. Quizás todavía habría montañas, ríos, mares, edificios. Hasta eso extraño. Edificios. Quizás si hubiesen reflexionado sobre su fin, habrían descubierto que no justificaba los medios, que era un fin idiota, patético, terrible. Como ahora lo es todo. “Un mundo perfecto” ¿qué es la perfección?, ¿alguna vez se lo preguntaron? hasta a mí me hace reír la sola idea de pensar que lo hicieron. Nunca se lo preguntaron, porque de haberlo hecho, habrían descubierto que es un concepto complejísimo, que para alcanzar la perfección, es decir, el grado máximo de virtud de una cualidad, el camino no es fomentarla mientras se elimina a su cualidad opuesta, que para alcanzar el grado máximo de orden, no hay que eliminar el desorden, porque al hacerlo, lejos de fomentar el crecimiento del orden, lo que se está haciendo es destruirlo, es decir, que en su búsqueda por el orden absoluto, que para ustedes era en parte lo que constituía el proceso de desarrollo del mundo perfecto, lo que hicieron fue anularlo, anularon el orden al eliminar el desorden y ambos conceptos dejaron de existir.
Para lograr el orden perfecto, sería necesario ponerlo en equilibrio con el desorden. Claro que sería imposible determinar cuál es ese punto de equilibrio sin recurrir a la subjetividad, que por supuesto a su vez define y es definida por la objetividad, también necesaria para el proceso de definición del punto de equilibrio ¿no? El problema es que el punto mencionado no estaría jamás exento de su variable subjetiva. Es por eso que sería únicamente quién estableciera o compartiera esta variable subjetiva quién reconocería el punto de equilibrio como perfecto ¿Me siguen? Como vemos, este modelo tampoco se sostiene. Ninguno lo hace, porque es estúpida la pretensión de un mundo perfecto. Pero no para ustedes, que desestimaron la posibilidad del equilibrio y las variables subjetivas, ya que no había lugar para la subjetividad en su mundo perfecto. Eliminaron la subjetividad, con ella a la objetividad y no quedó acceso a la verdad ajeno al que ustedes proponían. Y la gente aplaudía.
Quince minutos. Ya falta poco. A penas quince minutos. No me conviene perder más tiempo. No puedo más que angustiarme al recordar la metódica destrucción que realizaron de todo aquello que yo amaba. Casi imaginé a la virgen de la piedad llorando cuando entraron a la basílica de San Pedro a destruirla con los mismos tanques con los que arrasaron nuestra casa de gobierno. El arte tampoco formaba parte de su mundo perfecto. No. Y si digo que la imagino llorando, a la virgen ¿no? es porque creo que las obras tienen alma, porque su autor deja un poco de su alma en ellas y porque cada persona que las interpreta deja también en la empresa el alma, el cuerpo, la mente, la sangre, en un instante glorioso en el que autor, obra y receptor se funden en la generación de un mundo nuevo, en la refundación y la representación de la esencia humana a partir de este hermoso fenómeno de creación y recreación. Ni eso respetaron. Ni eso dejaron de destruir. El alma tampoco forma parte de su mundo perfecto ¿Y la gente? No hace falta que lo diga ya.
Una a una fueron destruyendo todas y cada una de las cosas que hacían que la vida fuese vida ¿no se dieron cuenta de lo que estaban haciendo? Eso es lo peor. Sinceramente lo creo. No se dieron cuenta. Su mundo perfecto estaba exento de todo aquello que no fuera explícitamente necesario para la supervivencia de la raza. Eliminaron caos, amor, arte, ciencia, venganza, todo. Hasta que se les fue de las manos. Simplemente no pudieron soportarlo, hasta ustedes se dieron cuenta de lo que estaban haciendo. Estaban destruyendo a la humanidad ¿debería escribir esa palabra con mayúscula? lo voy a hacer: “Humanidad” así, es más imponente ¿no?
Fue patético su intento por compensar la destrucción que habían generado. Hasta recuerdo su intento por recuperar el arte. La literatura por ejemplo, con esa novela que lanzaron “He venido a mi casa para la cena” se llamaba. Es por supuesto, harto generoso de mi parte denominar novela a esa recopilación acrítica de frases tales como “Tu mirada de ayer me pareció muy grosera”; “Me gustan muy poco las galletitas para el desayuno” u “Hoy, en esta mesa faltan dos sillas” frases sacadas de novelas y cuentos que ya habían sido escritas anteriormente, por autores reales, y que ustedes rescataron para formar esa abominación de libro con el que estúpidamente, tan estúpidamente como otrora establecieran como objetivo la creación de un mundo perfecto, intentaron promocionar la restitución de las artes. Ya era tarde. El daño era irreversible, su idea pudo más que ustedes y la ola de destrucción que habían comenzado terminó por destruir incluso su propio intento, el de ustedes ¿no?, por detenerla.
La gente ya no aplaudía. Ustedes tampoco. El bombardeo fue inevitable.
Cinco minutos. Ya termino. Fuimos pocos los que nos salvamos. Irónicamente, fuimos seleccionados para la expedición espacial, todos aquellos quienes habíamos escapado al yugo cultural del régimen. Los que aún conservábamos intacta nuestra condición de personas. María y yo fuimos una de las parejas seleccionadas. Creímos haber escapado. Error.
Al mes de haber comenzado el viaje, la diferencia entre nosotros y ellos se hizo cada vez más notoria. Ellos son cada vez más. Sus mujeres han dejado de ser fértiles, por lo que se valen de gente como María para el alumbramiento, o, mejor dicho, la fábrica de humanos. Luego los convierten. María fue relegada a esa función y sólo para eso la conservan viva. Proyectan imágenes mías en su cabeza, alentándola a continuar, a tener más y más hijos. Ya pasó los cien. Yo, por mi parte, dejé de ser productivo y me convertí, por consecuencia, en un ser prescindible. Para maximizar la productividad de mi ejecución, debo ser yo mismo quién la lleve a cabo. Un minuto. Ya casi.
Sonó el teléfono. “Ya es hora” dijo una voz del otro lado. Esteban tomó la pastilla y aguardó con los ojos cerrados. Con tan sólo cinco, o tal vez menos, segundos de vida por delante, Esteban sintió que no podía irse sin hacer antes una última cosa. Antes de morir, Esteban, aplaudió.
Joan Manuel Satta nació en Buenos Aires, el 28 de octubre de 1988. Se graduó en el Fernando Fader. Actualmente cursa 2do. año de la carrera de Redacción en el Instituto Superior de Publicidad.