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sábado, 30 de octubre de 2021

La casa

 -¿Está segura de que la quiere comprar?

Estoy frente a la puerta de una pequeña casa de campo. Desde afuera no se nota lo espaciosa que es. He caminado hace unos minutos por detrás del dueño que abría ventanas, sacaba polvo y telas de araña. Es un solo cuarto de enormes dimensiones, dividido a la mitad por unas estanterías de madera oscura que casi llegan hasta el techo. A un costado está la cocina, del otro, el cuarto. Luego hay un baño. Eso es todo.

Desde la ventana del cuarto se ven las montañas, eso me ayuda a decidirme.

Le digo que sí, sin preguntarle por qué me lo dice. Se supone que tendría que estar entusiasmado por venderla. Cierra un poco los ojos y hace una mueca con la boca. Se quita de los dedos de su mano derecha los restos de tela de araña en el pantalón de trabajo.

La casa está rodeada por un jardín salvaje, lleno de plantas que no conozco. Hacia el lado del río, más allá de la calle de tierra, se ve un chalet color madera, semioculto detrás de unos árboles. El hombre mira hacia donde mis ojos se quedaron detenidos.

-Es de la maestra.

Despide por la boca un suspiro largo y luego camina hacia la tranquera de palos y alambre, a unos metros de la puerta. Al llegar a la tranquera, comienza a desatar los nudos que sostienen el cartel que dice ‘se vende’. Abajo hay un teléfono. Tuve que llamar más de tres veces hasta que una voz me atendió. Era la hija. Al decirle que era por la casa en venta, hubo un silencio.  

-¿Está segura entonces, doña?

Asiento con la cabeza, los ojos un poco cerrados porque los rayos del sol de la tarde me impiden tenerlos abiertos. Pienso: una casa, sol, un jardín, montañas, el río cerca. No hay infierno posible que pueda quitarme la felicidad si logro comprarme la casa.

Al día siguiente, estoy en la puerta con las llaves en la mano.

La casa es mía.