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martes, 5 de junio de 2007

Trueque a là page, por Ana Quiroga

“Una discreta transacción”…
Comercio en el Río de la Plata, Georges Petrie.
- Hola, ¿Cande? ¿A tus hijos también los invitaron?
- Uy, sí; estamos chochos. Nos llamaron ayer, vamos a ir el jueves, con las chicas. Yo me junto con Tere, mi cuñada y Male se encuentra con Dolores. Y todas con los babies!
- Sí, me re divirtió la idea, ¿viste que nos sirven un café a la entrada?
- Claro, mientras buscan a los chicos, los visten, los preparan. Es un mundo ahí adentro, ¿sabías, no?
Camarógrafos, maquilladores, fotógrafos, aparatos de iluminación.
Y después los chicos salen en las revistas.
Las publicidades argentinas con niños bien podrían parecer un anuncio publicitario de Noruega, de Suecia,
de Suiza, quizá de Irlanda. Casi todos rubios, muy rubios, de ojos celestes o muy claros, el estereotipo en su apogeo del rubio puro y, cada tanto, un niño morocho andaluz, italiano del norte, un lindo chico argentino.
- ¿Cuánto cobraste?
- Mirá, son trescientos por cada chico, ¡son novecientos mangos! La primera vez en años que gano algo de plata.
- Trescientos, qué guacha. Yo sólo me llevo seiscientos. Pero igual me da cosa.
Un cartel de doce metros por ocho enfrentaba la curva en la avenida del Libertador a la altura de una estación del tren que bordea la costa: un afiche dantesco de belleza rubia simulaba naturalidad (familias católicas con más de tres hijos) en pose encantadora. La niña de Velázquez iluminando una avenida.
Poco después, recorrían Lafinur, una detrás de la otra, yendo hacia las anchas veredas de Libertador donde es posible pasear lado a lado con los cochecitos y las confidencias sobre niños y el desencanto del amor se van desprendiendo baldosa a baldosa. En una esquina, un kiosco de revistas las distrae. En la tapa, una mujer negra desnuda su miseria en Africa, un bebé entre sus piernas, acaso ya esté muerto.
- Oí que trafican con esta gente y por una foto le dan algo de comida.
- ¿En serio?
- Sí, qué bajón, ¿no?
- Sí. Ah! y no te conté…
- Decime.