(Extracto)
Quienes permanecíamos viviendo en Cuba , sentimos que tal vez no por Alfaguara, Anagrama ni Tusquets, sino por Siruela, aunque fuera debido al atractivo de aparecer juntos y revueltos, como en el tango Cambalache, estábamos llegando al meridiano cultural, que como bien se sabe y mal que nos pese, sigue pasando por allí. No pretendo defender nuestra llegada (más exactamente nuestro fugaz paso) por el mercado español. No quiero, como ya señalé, disgregarme de mi cuento original, pero faltaría a la verdad si no dijera ahora mismo que cuando años más tarde descubrí que escritores jóvenes como el mexicano
David Toscana, los colombianos
Mario Mendoza,
Jorge Franco y
Parra Sandoval, el uruguayo
Horacio Verzi, los argentinos
Ana Quiroga y
Vicente Battista eran desconocidos entre nosotros, a pesar de haber
sido favorecidos la inmensa mayoría de ellos por las casas editoriales más influyentes de España, comprendí que algo estaba muy enfermo. Que resulta pavoroso que siendo vecinos, y en ocasiones hermanos, tengamos que recorrer millares de kilómetros para descubrirnos en España y saber de qué estamos hablando. A estos escritores los conocí gracias a la Casa de las Américas y al Instituto Cubano del Libro.