en ese momento fue como si me fuera a otro lado y me quedé pensando cómo podías preguntarte sólo eso, que no había sido lo más grave. Y mientras tu cara esperaba un número, un no sé qué, yo recordé su mirada el primer día que lo vi, sus ojos tentadores, las caricias en las manos, cuando aprendimos a tomar vino del mismo vaso, cuando me enseñó a fumar, el día que por primera vez me habló en otro idioma y me hizo cosquillas en la espalda. A vos voy a recordarte siempre con tu última cara de odio, y a tu marido, a través de algunos olores, de palabras que sólo yo oí, de algunos miedos confesados entre lágrimas, del aliento en la nuca para sorprenderme, de las cosas pequeñas que se hacen fuera de la cama.
domingo, 29 de abril de 2007
Los recuerdos, por Ana Quiroga
Cuando quisiste por fin enterarte de todo, te acercaste a mí con furia, los ojos salidos por la rabia y me preguntaste si me había acostado con él. Te dije que sí, y vos volviste a preguntarme si lo había hecho en tu cama y yo volví a decirte la verdad; y luego gritaste "cuántas veces, decime", y me insultaste, "cuántas veces". Entonces yo no pude responderte, no porque no supiera decir "muchas", "lo suficiente" sino porque
en ese momento fue como si me fuera a otro lado y me quedé pensando cómo podías preguntarte sólo eso, que no había sido lo más grave. Y mientras tu cara esperaba un número, un no sé qué, yo recordé su mirada el primer día que lo vi, sus ojos tentadores, las caricias en las manos, cuando aprendimos a tomar vino del mismo vaso, cuando me enseñó a fumar, el día que por primera vez me habló en otro idioma y me hizo cosquillas en la espalda. A vos voy a recordarte siempre con tu última cara de odio, y a tu marido, a través de algunos olores, de palabras que sólo yo oí, de algunos miedos confesados entre lágrimas, del aliento en la nuca para sorprenderme, de las cosas pequeñas que se hacen fuera de la cama.
en ese momento fue como si me fuera a otro lado y me quedé pensando cómo podías preguntarte sólo eso, que no había sido lo más grave. Y mientras tu cara esperaba un número, un no sé qué, yo recordé su mirada el primer día que lo vi, sus ojos tentadores, las caricias en las manos, cuando aprendimos a tomar vino del mismo vaso, cuando me enseñó a fumar, el día que por primera vez me habló en otro idioma y me hizo cosquillas en la espalda. A vos voy a recordarte siempre con tu última cara de odio, y a tu marido, a través de algunos olores, de palabras que sólo yo oí, de algunos miedos confesados entre lágrimas, del aliento en la nuca para sorprenderme, de las cosas pequeñas que se hacen fuera de la cama.
[1] Publicado en Dormir juntos una noche, Ciudad de Lectores, Buenos Aires, 2002.
Etiquetas: Cuentos -por Ana Quiroga-